Para la condición del humano no hay mejor opción que afrontar esta realidad interior que es conciencia, independientemente de la respuesta más buscada que es el mundo que cualquier hombre espera y que no es más que un mejor bienestar, pues cualquier argumento ya sea comprobado o no, tal y como lo hace la ciencia y su metodología, han de buscan el bienestar; pues hemos de reflexionar, que la seguridad para esta conciencia y este mundo tan absoluto que todos deseamos y que sin embargo, somos ese mundo y representamos ese mundo, no significa nada si no es el bienestar del porvenir que es la seguridad del individuo por la verosimilitud en su facultad de conocer.
Así nos preguntamos como la reflexión inmortal de Shopenhauer: “el hombre es y representa, quien quiere llegar a ser” pero esto significa que conocemos nuestra identidad, más ¿No es nuestra identidad, ése “yo” tan exigente que supone una infinidad de respuestas absurdas? ¿No es una respuesta, sin importar su jerarquía de importancia, la seguridad del individuo por argumentar sus hipótesis de manera en que pueda decir con certeza: ¡mi existencia se justifica!?
Las percepciones que consideramos reales, son producto de razón e imaginación, que es el hombre, y por lo tanto, es como si dijera que el individuo puede llegar a ser tal y como su capacidad de imaginación se lo permite, pero imaginación es identidad del hombre, así que no habremos de salir, nosotros espíritus libres, de esta desgracia limitada de nuestras posibilidades de la conciencia.
Así que, decir “yo” es lo que esperas llegar a ser, pero lo que esperas llegar a ser no es una condición fuera del humanismo, por más extraordinaria que sea ésta, es una realidad del “yo”, que está limitada en relación a las posibilidades de la conciencia. Más nunca fuera de ésta, a menos que llegue su fin.
Tal es la invención de las mitologías ancestrales y la religión de nuestros días, que actúan como un reflejo del “yo” a lo que se espera llegar a ser. Tanto como la filosofía lo desea, pues la razón del hombre siempre ha de buscar respuestas y actuar, muchas veces de forma inconsciente como gritando con júbilo: ¡yo soy esa elevación!, esa libertad, esa creación de la imaginación que considera al yo, como el porvenir de su estado humano. Más ese “yo” presente en cualquier momento, no es ni espera un estado mejor, pues no hemos de salir de nuestra condición que la ciencia y la filosofía llama: “hombre” y que el espíritu individual concibe como “yo”.
martes, 23 de febrero de 2010
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