jueves, 18 de febrero de 2010

Séptimo principio

Parece ser que la experiencia de ser humano nos lleva a pensar e imaginar cualquier cosa posible, esto es, precisamente, una recolección de datos por principio de razón.
La conciencia percibe su realidad (causalidad del objeto a razón del tiempo y el espacio) en cualquier momento, es decir, los sueños tanto como la imaginación son una manera de representar la realidad tal cual como es.
La imaginación no es diferente a la realidad, si no que es la misma percepción de la causalidad cuando no se imagina. Por esta razón somos ingenuos al decir: un sueño es simplemente un sueño y es independiente de mi realidad. Pero, si pensamos agudamente, podemos observar que cualquier sueño es representación de la realidad. Cualquier concepto en tu imaginación es representación de tu intuición por principio de razón, como si la conciencia estuviese despierta todo el tiempo. Tanto lo que es real cuando estás despierto a cuando estás dormido, es exactamente lo mismo, intuición de la causalidad por principio de razón.
Asi que, ¿Cuál es la diferencia entre lo real y el sueño? Ninguna.
¿Qué es entonces la ilusión, si los sueños están hechos del mismo material que tu percepción por razón?
La parte más sublime del humano se limita a contestar estas preguntas, pues no es posible responderlas por razón. Es por esto, que la historia de la metafísica y los pensamientos más brillantes no han podido contestar ¿Qué es el ser? ¿Qué es lo real si es intuición del sujeto o presencia del objeto? ¿No es el devenir del ser lo absoluto?
El más humano cumple su función en el mundo; Como si fuese una hormiga trabajando en su hormiguero en conjunto con las demás. Pues principio de razón es su trabajo, y su percepción por éste, su mundo (su hormiguero).
El más humano no tiene conocimiento de un mundo espiritual, porque el principio de razón es su única alternativa, su única opción.
Parece ser que de alguna forma esto nos lleva a la inocencia, a la ingenuidad. Parece ser que dentro de nuestra condición humana, somos inocentes.
Este es el séptimo principio de amor a nosotros mismos.

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